La importancia de contextualizar lo que ocurre en las bolsas
Es habitual que inversores, desde principiantes a los más experimentados, se inquieten ante episodios de estrés en los mercados financieros. Este pensamiento, es consecuencia del miedo a perder los ahorros, que puede conducirnos a tomar la decisión de salir del mercado o, a todo lo contrario, nunca llegar a invertir por miedo a lo que pudiera ocurrir en el futuro.
No obstante, estos episodios de estrés, si bien existen, son temporales. Unas veces pueden durar semanas, otras meses, o incluso años en el peor de los casos, como sucedió en la crisis financiera de 2008. El inversor, por tanto, ha de observar estos episodios con perspectivas y analizar qué ocurre en el largo plazo cuando se invierte un alto porcentaje del patrimonio en bolsa. Por ejemplo, en el gráfico inferior podemos observar qué porcentaje de los 10 años anteriores han sido positivos en el S&P 500 a lo largo del tiempo, situación que se antoja bastante frecuente:
A modo de ejemplo, en 9 de los 10 años (90%) anteriores al año 1951 la rentabilidad fue positiva. Este gráfico nos muestra que es normal que más del 70-80% de los últimos 10 años hayan sido positivos. Por lo tanto, que la valoración, precio de las bolsas, no deje de aumentar, o que en determinados meses la bolsa sufra caídas pronunciadas, no parece un indicador muy fiable acerca de la idoneidad de invertir en bolsa o no, o de si ésta obtendrá rentabilidades positivas o negativas en el futuro.
Esta situación es similar a la acontecida en la fábula del burro que se cae en un pozo seco. Cuando se cayó al pozo, su dueño, que pensaba que el animal era demasiado mayor para darle servicio, decidió tapar el pozo, aún con el burro todavía dentro y vivo. El pobre animal, cuando vio que su dueño echaba arena al pozo, no paraba de rebuznar asustado, hasta que, tristemente, asumió su final, se tumbó en el suelo y dejó de rebuznar. Sin embargo, conforme caía tierra, el burro se incorporó y se percató de que podía subir poco a poco hacia arriba con la ayuda de la arena, consiguiendo finalmente salir del pozo.
La moraleja es, que cualquier experiencia que en principio nos hace dudar, en la mayoría de las veces puede que cambiemos de opinión si la vemos desde otra perspectiva y con menor zoom.
En este sentido, los mercados financieros son un prisma con múltiples caras, incluso infinitas, donde además todas se encuentran interrelacionadas y pueden fluctuar en el tiempo. Por lo tanto, no se recomienda tomar una decisión a partir de la observación de una única cara.
Un ejemplo lo encontramos en el estudio realizado por Bloomberg sobre las 50 compañías más grandes a nivel mundial a lo largo de los últimos 30 años, “World-Dominating Superstar Firms Get Bigger, Techier, and More Chinese”, donde podemos observar lo siguiente:
- Top 50 compañías: en 1990 estas pesaban un 4,7%, mientras que en 2020 un 27,6%. Además, más del 50% de las compañías que pertenecían a ese top 50 ha cambiado cada 10 años.
- Empresas tecnológicas en el top 50: han aumentado del 6% en 1990 al 42% en 2020.
- Margen de beneficios: desde 1990 se ha triplicado.
- Impuestos pagados: se ha reducido a la mitad en los últimos 30 años.
- Necesidad de financiación: en 1990, poseían efectivo para financiar únicamente un tercio de su gasto en mantenimiento y nuevos proyectos e inversiones, mientras que en el año 2020 este porcentaje ha aumentado, hasta poder financiar 3,5 veces su gasto.
Las conclusiones del estudio son que no existen dos situaciones iguales y que los mercados son dinámicos e impredecibles, por lo que fijarse únicamente en las valoraciones históricas de las bolsas para la toma de decisiones, parece tener poco sentido. Por consiguiente, el inversor debería centrarse en estructurar sus inversiones y el proceso de toma de decisiones, partiendo de la visión holística de su patrimonio y la política de inversión definida, en función de sus objetivos, necesidades y restricciones, que desembocará en la asignación estratégica por clases de activo.
Una vez hecho el ejercicio anterior, que el inversor invierta en bolsa o no, no depende ni de las valoraciones, ni de lo que ha ocurrido en el pasado reciente, sino de sus objetivos definidos en la política de inversión. Por ejemplo, un inversor de largo plazo (+ de 15 años) debe destinar más de un 50% de su patrimonio a bolsa, mientras que uno que lo haga a corto plazo, no debería hacerlo.
Asimismo, que el inversor obtenga rentabilidades futuras positivas o no, tampoco dependerá del precio de las bolsas. En nuestra opinión, el mercado, al igual que hace 10, 20 y 50 años, continúa teniendo recorrido a largo plazo, ya que no dejarán de surgir nuevas tecnologías, empresas, dinámicas, etc., que harán que el mundo, en su conjunto, siga creciendo. Sin embargo, las rentabilidades a corto y medio plazo suelen depender más de factores psicológicos, sufriendo una mayor variabilidad que el inversor debe tolerar.
En conclusión, el inversor ha de evitar la primera reacción del burro de nuestra fábula, que se resignó a ver cómo caía la arena en el pozo, e intentar comprender la foto completa, abstraerse de lo que no controla y centrarse en sus objetivos y el plan definido para lograrlos. De lo contrario, puede caer en la trampa del mercado y tomar decisiones de inversión no fundamentadas y que le pudieran llevar a fracasar en la consecución de sus objetivos.
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