En 1966, Paul Samuelson, economista que ganaría el premio Nobel cuatro años después, bromeaba acerca de la exactitud con la que las correcciones en bolsa predecían recesiones económicas: “Los índices de Wall Street han predicho nueve de las últimas cinco recesiones”. Con ello quería decir que es muy probable que los mercados financieros, acompañados de los medios de comunicación, sobreestimen la probabilidad de una recesión.
El argumento de Samuelson, y otros muchos economistas que han estudiado este fenómeno a posteriori, se basa tanto en la irracionalidad de los distintos agentes económicos que participan en los mercados, como en que la economía no es una ciencia exacta. Esto último, explica que el incremento exponencial de los datos disponibles no haya ido acompañado de una mayor exactitud en las predicciones de los analistas, como podemos observar en el siguiente gráfico:
Desde 1988 los mercados sólo han sido capaces de “anticipar”, a 1 año vista, algo menos del 4% de las 469 recesiones que se han producido en un total de 194 países.
En consecuencia, podemos afirmar que el mayor volumen de información con el que contamos actualmente únicamente ha servido para mejorar las bases de datos, pero no su análisis ni la toma de decisiones. Quizás, el principal problema es que los datos económicos, además de ser incompletos, se obtienen con cierto retraso que, en ocasiones, puede ser de varios meses, mientras que los cambios macroeconómicos se manifiestan sorpresivamente.
Durante los primeros seis meses del año, hemos sido sorprendidos por un un cúmulo de malas noticias y peores augurios, que nos han tenido, como ciudadanos e inversores, en continua tensión. Entre otras muchas podemos destacar: i) el estallido de la guerra entre Rusia y Ucrania, ii) crisis de las cadenas de suministro globales, iii) el covid y los confinamientos chinos, iv) una inflación galopante, v) crisis de hidrocarburos y materias primas, vi) retiradas de estímulos y subidas de tipos de interés, vii) nueva pandemia de la viruela del mono, etc.
Muchas malas noticias en pocos meses y con caídas del 20% de las bolsas mundiales que, a nuestra manera de verlo, han sido menores de las que hubiéramos imaginado a priori. Empezando con un razonamiento sencillo, para luego complicarlo progresivamente, tendríamos que si todos los males que nos han dicho que iban a pasar de aquí a final de año no se dan al 100%, los mercados deberían responder menos negativamente que en la primera parte del año.
Avanzando en nuestro razonamiento, si además de que vengan menos noticias negativas en el segundo semestre, llegan positivas, esto debería ser aún mejor para los mercados y la economía. Y, mejor todavía, vemos bastantes noticias muy positivas que, consideramos, no se les está prestando la atención necesaria:
i) Ha empezado la retirada de estímulos y los bancos centrales han subido los tipos de interés. La consecuencia es que, con las subidas efectivas, el mercado bursátil y el de los bonos han tenido una súbita recuperación parcial, y las curvas de tipos se han invertido. Esto viene a confirmar nuevamente que el temor de las subidas de tipos se descuenta el mismo día que se anuncia, por lo que los efectos perjudiciales posteriores son menores.
ii) Vemos la inflación a la baja significativamente a 12 meses vista. El precio de los fletes se ha reducido entre un 30-60% desde máximos, y podría acrecentarse por las nuevas super embarcaciones que se han puesto en marcha y la menor tasa de crecimiento global (+3% a nivel de PIB global). Los precios de las materias primas también han caído entre un 30 y 60% (madera, acero, chatarra, aluminio, zinc, níquel, etc). El gas natural ha corregido desde máximos un 35%, aunque el mantenimiento del gasoducto ruso haya forzado un repunte. El petróleo ha bajado un 30% desde máximos, además se están dando los pasos necesarios para alargar la vida de las centrales nucleares e incluso se están reactivando las de carbón.
iii) Los datos económicos, el hard data, son buenos. Los índices de directores de compras industriales y servicios siguen mostrando que la actividad sigue en zona expansión económica, tanto en EE. UU., como en Europa y China que, tras los meses de confinamiento ha tenido unos repuntes al alza muy llamativos. Sin embargo, los datos de la confianza del consumidor, lo que podemos llamar soft data, son muy negativos. Sin embargo, esto último no es sinónimo de que los distintos mercados financieros vayan a tener un comportamiento futuro negativo. Es más, si miramos al siguiente gráfico, observamos que cuando peor es la confianza del consumidor, mayor es la rentabilidad obtenida por los inversores en los siguientes 12 meses (24,9% en media en los peores momentos Vs. 4,1% en media en los mejores momentos):
iv) Los consumidores, que tienden a actuar en función de datos recientes, no paran de recibir constantes retahílas de malos augurios. Inflación de doble dígito, gasolina, gas y electricidad en máximos históricos, etc. Y, todo ello, en un entorno de próxima recesión económica, donde no se para a pensar si será leve o grave y duradera, como la de 2008.
v) Para los inversores profesionales, los datos pasados no significan nada, por que los mercados adelantan la evolución de los mercados de 12 a 36 meses vista. Un ejemplo de esto fue la crisis sanitaria derivada del Covid-19 en marzo de 2020. Básicamente, nos hablaron de Covid, nos confinaron y parecía el fin del mundo, la bolsa americana corrigió un 35%. Sin embargo, en unos pocos meses, nos empezaron a decir algo más sobre el virus y se barajaba que igual pudieran desarrollarse vacunas, y nos encontramos acabando el año con la población vacunándose y la bolsa obteniendo rentabilidades de doble dígito.
Dentro de pocos meses, podremos comprobar que los precios de las materias primas se van ajustando a los rangos tradicionales, no tendremos problemas de suministros de hidrocarburos, las tensiones geopolíticas se reducirán, y el mundo volverá a una senda más normalizada de crecimiento, asumiendo que no sucede nada grave de por medio. Al igual que Samuelson con las recesiones, nosotros nos atrevemos a decir que, de cada 10 preocupaciones que nos arrojan los medios de comunicación, los bancos y los políticos, no llegan a darse ni el 3%, y siempre son menos malas de lo anunciado.
Este bombardeo de noticias nos genera indudablemente ansiedad, que no es otra cosa que una amenaza continua sobre nuestros intereses: cambios en nuestra situación económica, efectos sobre nuestra salud y la de los familiares o sobre nuestros trabajos y bienestar. Es decir, el temor que nos “lanzan” continuamente nos paraliza, y no nos deja ver con perspectiva nuestras prioridades y objetivos a alcanzar. Como bien dice Marian Rojas Estapé “el 90% de los miedos que tenemos, nunca se convertirán en una amenaza real”.
En conclusión, lo ideal es que el inversor, por un lado, se aísle de las noticias negativas con las que los medios de comunicación le hostigan diariamente, a la vez que asuma la máxima de que los mercados financieros descuentan lo que va a ocurrir en la economía global durante los próximos años, no lo que está sucediendo ahora mismo. Por lo tanto, es muy probable que, lo que hoy preocupa al inversor, tenga una incidencia nula en el comportamiento de los mercados, pues esto ya está incorporado en los precios de los activos. Por otro lado, igualmente importante, es que el inversor se forme una imagen global de la situación, evitando quedarse con una única cara de la historia.
De la misma manera, hemos comprobado cómo acertar el momento exacto de una recesión es prácticamente imposible, y mucho más difícil saber cuándo surgirán las siguientes tensiones geopolíticas, por lo que la mejor estrategia a seguir no es modificar la composición de la cartera, sino trabajar en nuestra política de inversión y ganar la guerra, o lo que es lo mismo, alcanzar nuestros objetivos, aunque por el camino se pierdan algunas batallas por el camino (la inflación, las pérdidas de la renta fija, o las divisas), pero así se conseguirán mejores resultados y disfrutar la vida.
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