A lo largo de nuestra vida es posible que nos planteemos la opción de vivir de las rentas de nuestras inversiones. Ante esta disyuntiva, se suele optar por realizar muchos números e intentar cuadrar los ingresos y gastos previstos. No obstante, estos son sólo estimaciones, no existe certeza sobre ellos, pudiendo aparecer multitud de imprevistos en el camino.
En lo referente a lo estrictamente económico-financiero, quizás el ejercicio anterior sea suficiente para realizar una composición del lugar, pero no hay que olvidar la incertidumbre derivada del dinamismo de los mercados y sus efectos en la salud, ya no sólo financiera, sino también física y mental.
El científico y escritor norteamericano Rober Morris Sapolsky escribió en el año 1994 un libro titulado “¿Por qué las cebras no tienen úlceras?”, donde explica las diferencias del estrés en los animales y los seres humanos, llegando a la conclusión de que los animales únicamente se estresan ante un peligro inminente, mientras que el ser humano, por el contrario, lo hace también ante posibles eventos futuros. A modo ilustrativo, una persona que va a realizar un safari por África es posible que, ante la posibilidad de encontrarse con un león, se estrese días o incluso meses antes, mientras que una cebra únicamente se estresará cuando vea al león.
Por supuesto, es más perjudicial para la salud la actuación del ser humano que, de forma sostenida, está expuesto a estrés real o imaginario, lo que pudiera afectar a su salud en un sinfín de maneras.
La acción de invertir requiere que el ser humano tome decisiones en un entorno complejo, algo en lo que, en general, no somos muy buenos, y el estrés no hace más que empeorar nuestra capacidad para tomar decisiones, porque una gran parte de nuestro sistema cerebral se bloquea como autodefensa. A modo ilustrativo, un estudio de la gestora de activos norteamericana Fidelity, realizado este año con una muestra de 951 mujeres, mostró que el 70% estaban estresadas con sus decisiones de ahorro e inversión.
El mero hecho de invertir estresa, y si ya le sumamos la preocupación de la necesidad de recibir unos ingresos periódicos futuros, que deban ser superiores a nuestros gastos, es probable que todavía nos afecte más. Por consiguiente, el objetivo debe ser conseguir unas rentas periódicas, relativamente estables, que nos permitan mantener nuestro nivel de vida, pero sobre todo, el poder dormir tranquilos por las noches.
Lograr nuestro objetivo dependerá fundamentalmente de tres variables: i) presupuesto anual de gasto, que ha de contener un colchón para imprevistos, ii) base inversora, es decir, cuánto patrimonio podemos invertir y, iii) rentas anuales (o en cualquier otra periodicidad) recibidas, una vez descontados gastos, impuestos y el efecto de la inflación. Y, ¿en qué activos podemos invertir para generar rentas? tradicionalmente han sido dos las clases de activo más utilizadas, los activos inmobiliarios, y la renta fija o deuda de empresas y gobiernos.
Para el inmobiliario se emplean contratos de alquiler que, además, tienen la ventaja de que sus precios van ciertamente ligados a la inflación. Según distintos estudios realizados del sector, las propiedades residenciales, que son los inmuebles típicos en los que invierte el inversor minorista, ofrecen actualmente rentabilidades brutas anuales en torno al 2-4% (antes de impuestos, impagos de los inquilinos, averías, etc.). Adicionalmente, hay que considerar dos aspectos: i) el elevado precio de los inmuebles, que puede llevarnos a concentrar nuestro patrimonio en un escaso número de estos, ii) su iliquidez, pues vender una propiedad conlleva tiempo (puede que años) y, iii) falsa sensación de estabilidad, toda vez que no se percibe cómo su precio varía en el tiempo y nos puede hacer creer que cuando deseemos vender, podremos hacerlo a un precio superior al de compra, algo que no siempre es así.
En cuanto a la renta fija, esta clase de activo sí posee liquidez prácticamente diaria, lo que proporciona una indicación del precio de las transacciones a realizar. El problema con esta clase de activo emerge de la situación actual de bajos tipos de interés y las políticas expansivas llevadas a cabo por los diferentes bancos centrales, lo que ha minorado de forma notable los cupones (pagos periódicos que recibe el inversor) pagados por los bonos durante los últimos 20 años.
Ante el escaso cupón pagado, muchos inversores se decantan por inversiones más arriesgadas dentro de la renta fija, tales como el segmento high yield (emisiones de bonos de menor calidad crediticia) que, generalmente, reparten un porcentaje mayor, actualmente alrededor del 5-6% anual. Sin embargo, es posible que la volatilidad a la que se exponen, y que seguramente desconocen, les pudiera quitar el sueño, y ocasionar grandes pérdidas en el patrimonio, el cual les ha costado tanto tiempo conseguir.
Volviendo a nuestro objetivo, para que el inversor sea capaz de vivir tranquilo ha de entender para qué, cómo y en qué invierte, además de saber qué riesgos está dispuesto a asumir. Para ello, es recomendable seguir un enfoque top-down, es decir, desde lo más general a lo específico.
En base a lo anterior, sería recomendable que el inversor, antes de tomar decisiones de inversión, dedique tiempo a averiguar con qué recursos cuenta para invertir y confeccionar su política de inversión, en la que podrá estructurar sus gastos esperados, en función de su horizonte temporal, pues no invertirá igual para un gasto que se va a producir a un año vista que otro a diez. A modo ilustrativo, la renta variable, que posee una volatilidad sustancial, sólo debería utilizarse proporcionalmente al plazo de la inversión, siendo nula en los objetivos a 12 meses, discreta, alrededor del 10%, en objetivos a 5 años, y niveles superiores en los objetivos de más largo plazo. Por otro lado, la renta fija y mercado monetario, clases de activo menos volátiles, deberían emplearse en objetivos de menor plazo, como se muestra en la siguiente imagen:
Este proceso, si bien no garantizará el éxito al inversor, aumenta sus probabilidades de alcanzar sus objetivos, ayudándole a definir en qué clases de activos invertir y cómo hacerlo. Una vez se encuentra definida la política de inversión, tocará el turno de la elección de los instrumentos de inversión, no debiendo basarse única y exclusivamente en el hecho de que generen rentas, pues el inversor siempre podrá planificar la generación de las mismas (cuánto y cuándo) mediante sucesivos reembolsos parciales de sus inversiones. Esto también le ayudará a optimizar el peaje fiscal, ya que el dinero que necesita a más corto plazo se encontrará invertido en mercados monetarios, clase de activo cuyo potencial de revalorización es reducido, no generando plusvalías importantes. Asimismo, tampoco se debe elegir un producto porque su reparto de rentas sea muy elevado sin entender qué riesgos subyacen de esa inversión, pues como veíamos en el libro de Sapolsky, podríamos llegar a estar estresados durante un tiempo prolongado al no comprenderlo o no obtener los resultados esperados, siendo perjudicial para nuestra toma de decisiones.
La información difundida en este blog tiene una finalidad únicamente divulgativa. Cada persona es responsable de su política de inversión y Finletic no asume ninguna responsabilidad sobre sus acciones. La información está actualizada de acuerdo a la fecha que indica cada artículo.