Por qué no tomamos las decisiones económicas más acertadas
Todos creemos que cuando se trata de nuestro dinero somos fríos y racionales, que tomamos nuestras decisiones guiados solo por los números, pero no es así, nuestra mente es mucho más irracional de lo que pensamos, incluso cuando nos toca el bolsillo. ¿Por qué nos influyen nuestras emociones cuando tratamos asuntos financieros? Nos los explica la economía conductual o behavioral finance.
Todo empezó con una lista de cosas absurdas que hacía la gente. Ejemplo: “¿Por qué iríamos hasta el otro lado de la ciudad para ahorrar 10 euros en una radio de 45 euros pero no conduciríamos la misma distancia para ahorrarnos lo mismo al comprar una tele de 495 euros?”.
Su autor era Richard H. Thaler, doctorado en Economía por la Universidad de Rochester (Estados Unidos) y premio Nobel de Economía. En esa época era todavía un estudiante que trataba de divertirse analizando el comportamiento humano e irritando a sus colegas con sus preguntas.
Buceando en la biblioteca se tropezó con el trabajo de dos psicólogos que llamó su atención. Eran Daniel Kahneman y Amos Tversy, que trabajaban en el Centro de Estudios Avanzados en Ciencias del Comportamiento de la Universidad de Standford (curso 1977-1978). Thaler se quedó tan impresionado que logró trasladarse allí como profesor visitante en la sucursal de Stanford de la Oficina Nacional de Investigaciones Económicas para conocerlos.
Y así nació una profunda amistad y colaboración profesional que fusionó economía y psicología dando lugar a la economía conductual. Kahneman fue premiado con el Nobel de Economía en 2002 por haber integrado aspectos de la investigación psicológica en la ciencia económica, especialmente en lo que respecta al juicio humano y la toma de decisiones bajo incertidumbre.
Tversky no pudo recibirlo porque había fallecido y el premio no se otorga a título póstumo, pero Kahneman afirmó poco después de recibir el honor que “es un premio conjunto. Estuvimos hermanados por más de una década". Su premio marcó también un hito porque fue el primer Nobel de Economía entregado a alguien que no era economista, sino psicólogo.
¿Qué nos han enseñado sus teorías? Que no tomamos decisiones económicas de forma puramente racional, que en el juego entra toda una serie de variables psicológicas. Y para tenerlo más claro podemos hablar de:
Contabilidad mental o cómo simplificamos decisiones financieras
Creamos cuentas separadas en nuestra mente y tomamos decisiones según nos afecten de forma individual, sin fijarnos en el conjunto de nuestras finanzas. Por ejemplo, compramos fijándonos en los porcentajes de la rebaja y no en la cantidad rebajada.
También valoramos de distinta forma el dinero dependiendo de su procedencia: si es fruto de nuestro trabajo o del azar. Si ganamos 100 euros en la lotería, los gastaremos más alegremente que si los hubiésemos recibido como parte de nuestro salario, aunque siguen siendo los mismos 100 euros.
Efecto propiedad
Muchos valoramos más lo que poseemos y se le otorga un precio mayor que si no lo tuviésemos en propiedad. Valoramos nuestras pérdidas o ganancias según nuestro punto de referencia.
Por ejemplo, estamos dispuestos a pagar mucho más por una cerveza servida en la terraza de un hotel que la misma cerveza servida en un chiringuito en la misma playa, porque cambia la forma en que se ha presentado el producto.
Preferencias sociales
No solo tomamos decisiones pensando en nuestro beneficio, también influye lo que pensamos que es justo. Podemos renunciar a algo si creemos que con ello estamos haciendo justicia.
Por ejemplo, no consideramos justo que un vendedor de paraguas suba su precio los días de lluvia, aunque según la teoría económica, solo está respondiendo a la ley de la oferta y la demanda.
También nos resistimos mucho a rebajas nominales de nuestros sueldos, aunque aceptamos subidas por debajo de la inflación pese a que recorta nuestra capacidad de compra.
Y eso no es todo, en 1972 Kahneman y Tversy ya definieron el concepto de sesgo cognitivo que demuestra cómo nos influyen las emociones a la hora de tomar decisiones haciendo que no escojamos la opción correcta.
Sesgo del exceso de optimismo
Las personas optimistas viven más y mejor, aunque un exceso de confianza nos puede perjudicar. Por ejemplo, si sobrevaloramos nuestros conocimientos financieros podemos llegar a calcular mal cuánto dinero necesitaremos al jubilarnos o que no sepamos lo que nos estamos jugando cuando firmamos una hipoteca.
Sesgo del efecto ancla
Damos más peso a la primera información que recibimos. Las marcas y tiendas lo saben y lo utilizan para determinar el precio de su producto. Una vez establecido pueden aplicar un descuento y nosotros creeremos que nos estamos llevando un chollo.
Sesgo del Status Quo
Nos cuesta mucho cambiar. Si llevamos toda la vida ahorrando de una forma, nos va a costar mucho hacerlo de otra manera aunque sea más eficaz. Nos costará lo mismo que cambiar de trabajo si es lo único que conocemos.
Sesgo de la ilusión de control
Creemos que conocemos mejor una acción por haberla seleccionado nosotros y que podemos influir sobre algo que realmente no controlamos.
Sesgo de la aversión a la pérdida
Perder nos afecta mucho más que ganar. Concretamente, perder nos afecta 2,25 veces más que ganar lo mismo. Por eso, a veces somos demasiado conservadores en nuestras inversiones, aunque no sea lo mejor para ahorrar a largo plazo. Nuestra aversión a la pérdida también nos hace comprar más en rebajas por el temor a perdernos una ganga.
Sesgo de confirmación
Buscamos siempre informaciones y fuentes que confirmen nuestra opinión y obviamos o ni siquiera buscamos informes críticos. Ejemplo: si queremos invertir en alguna empresa que cotiza en bolsa solo vamos a fijarnos en los informes positivos sobre ella para convencernos de que debemos comprar esas acciones.
Sesgo del presente
Buscamos la recompensa inmediata frente al largo plazo.
Cuando CUBA no era Cuba
¿Cómo pueden los mercados financieros sucumbir a la psicología humana? Richard H. Thaler ofreció un ejemplo durante su último discurso como presidente de la Asociación Estadounidense de Economía, en 2016.
Ahí habló de CUBA. Se trata de un fondo de inversión de capital fijo (closed end fund) creado en 1994, cuyo nombre oficial es Herzfeld Caribbean Basin Fund aunque se le atribuyeron las siglas CUBA. No tiene nada que ver con Cuba, con un 69% de sus activos estadounidenses y el resto extranjeros, mexicanos predominantemente, pero nada cubano.
Históricamente CUBA cotizaba al mismo ritmo que el resto de fondos de su tipo (10-15 % de descuento al valor del activo neto). Pero algo pasó el 18 de diciembre de 2014. El valor del activo neto no se movió, pero el precio de las acciones saltó un 70%.
Hasta esa fecha se podía comprar 100 dólares de activos de CUBA por 90 dólares, pero un día después esos mismos activos costaban 170 dólares. ¿Qué había pasado? El presidente Obama acababa de anunciar su intención de relajar las relaciones diplomáticas con Cuba, se abría así la posibilidad de hacer negocios en Cuba y con empresas cubanas (vetado desde 1960).
Los inversores vieron CUBA y su psicología actuó. No se fijaron en los activos que compraban, solo en unas siglas que nada tenían que ver con los activos que contenía. Pese a que el valor de los activos permaneció estable, el subidón duró varios meses y desapareció al cabo de un año.
“Este ejemplo y otros similares muestran como los precios pueden variar de forma significativa de su valor intrínseco, aunque su valor intrínseco se pueda medir fácilmente y reporte a diario”, afirmó Thaler en su discurso.
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