Contar con un plan y tener paciencia es vital para conseguir nuestros objetivos
Quedarnos en casa confinados por haber dado positivo en Covid-19, esperar un semáforo en rojo o hacer reformas en casa, tienen un mismo punto en común: la paciencia se pone a prueba, y está en nuestras manos dejar que nos afecte emocionalmente o no. A pesar de vivir en la era de la inmediatez y de necesitar estímulos continuos, es conveniente reflexionar sobre la paciencia, ya que esta es una gran aliada para conseguir muchos de nuestros objetivos.
Por otro lado, existe multitud de literatura sobre los perjuicios físicos y psicológicos que acarrea la impaciencia en los humanos. Por citar algunos ejemplos, mayor probabilidad de tener obesidad, hipertensión, envejecimiento prematuro, ansiedad, estrés, etc. Además, esta suele abocarnos a tener una actitud más negativa en nuestro día a día, debido a que nuestras expectativas no se ven satisfechas o a que nuestro mundo ideal no se ve materializado con la celeridad o facilidad que nos gustaría.
Al igual que en nuestra salud, la impaciencia, también puede tener repercusiones negativas en nuestro patrimonio, llevándonos a tomar decisiones de inversión fundamentadas en emociones y en ruido mediático. Muchas veces actuamos de un modo irracional y, pensando que podemos adivinar el futuro, tomamos decisiones impulsivas, en lugar de utilizar un razonamiento relajado, meditado y alineado con nuestros objetivos y creencias. Un ejemplo y consecuencia de ello, es el periodo medio de tenencia de una acción por los inversores en cartera, que se ha reducido de los 8 años en el año 1960 a 5,5 meses en la actualidad.
En general, cuando la impaciencia sale a relucir en torno a las inversiones, suele deberse a no haber definido un plan robusto, meditado previamente y que tenga en consideración los objetivos y necesidades del inversor, tanto a corto como a medio y largo plazo. El haber reflexionado y materializado el plan de inversiones, le ayudará a no sobrerreaccionar a los movimientos de corto plazo en los mercados financieros, pues estos pueden ser muy bruscos, sobre todo en los objetivos de mayor plazo, objetivos que hay que dejar trabajar y a los que mantenerse fiel para tener éxito. Es decir, por mucha paciencia que tengamos, si no se ha definido un plan, lo más probable es que no logremos alcanzar nuestros objetivos.
Por tanto, debemos recordar que el camino que siguen los mercados nunca ha sido, es, ni será, lineal, por lo que debemos aprender a convivir con caídas o, incluso, desplomes, al igual que con subidas. Todos los años podríamos encontrar razones para no entrar en el mercado o para deshacer posiciones, pensando que ya no puede subir más o que las perspectivas no son halagüeñas. Esto, nos podría llevar a ignorar el plan trazado y esperar tiempos más tranquilos para invertir. Sin embargo, se ha demostrado que estos movimientos solo llevan a la obtención de peores resultados a largo plazo. Es más, el mercado sube cuando menos lo esperamos, no existen momentos sin alguna incertidumbre, económica o de mercado. Keynes decía que, “el mercado puede ser durante más tiempo irracional que nosotros solventes”.
Como sabemos, el inversor está expuesto a sesgos emocionales y cognitivos que le suelen abocar, de verse arrastrado por ellos, a un menor retorno a largo plazo, respecto a su índice de referencia. Por ejemplo, el estudio realizado por la consultora Dalbar Associates detalla que, desde 1990 hasta 2019, el índice de la bolsa estadounidense S&P 500 obtuvo un retorno anualizado del 10,7%, mientras que para el inversor promedio fue del 6,2%, es decir, un 4,5% inferior, sin contar con los gastos e impuestos asociados. Por ejemplo, si los días de mayor rentabilidad hubiéramos estado fuera de mercado, hubiéramos conseguido una rentabilidad anual promedio muy inferior a mantenernos invertidos, tal y como se observa en el gráfico inferior del índice S&P 500:
El 73% de los mejores días ocurren durante las dos semanas posteriores a los peores días, por efecto rebote. Por lo que, si el inversor sale del mercado para evitar caídas, también se encontrará fuera de él durante los mejores días. Por otro lado, a corto plazo, la dispersión de retornos es muy elevada, por lo que la predictibilidad es muy limitada. Sin embargo, conforme ampliamos el periodo de inversión, apreciamos un menor rango de dispersión, hasta el punto que para cualquier periodo de 20 años desde 1976, ni la renta fija ni la renta variable obtienen rentabilidades anuales negativas y, si consideramos una cartera 50%/50%, la rentabilidad anualizada promedio se encuentra entre el 5% y el 15%, con una media del 9,7% anual.
Conviene tener la humildad suficiente para reconocer la imposibilidad, incluso, de los grandes inversores, de acertar de forma consistente cuándo y en qué invertir, para obtener mejores rentabilidades que el mercado. Por lo que es mejor centrarse en lo que sí podemos controlar, como sería definir nuestros objetivos en función de nuestras necesidades, para tener los de corto y medio plazo bien acotados y sin volatilidades altas y, en cambio, asumir los altibajos en los de largo plazo para poder generar mayores rentabilidades. En conclusión, la paciencia en los objetivos de largo plazo es nuestra aliada en la consecución de nuestros propósitos. Cuanto más tiempo se esté invertido, mayor será la probabilidad de obtener resultados positivos y diluir los posibles baches que nos encontremos por el camino. “La inconstancia y la impaciencia destruyen los más elevados propósitos” (Confucio).
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